Es la primera vez que a Francesco Tonucci (Fano, Italia, 1940) le conceden un doctorado Honoris Causa además de por su faceta de psicopedagogo por la de dibujante. La Universidad de Oviedo se lo entregará hoy. De la mano de 'Frato' -que surge de unir las dos primeras sílabas de su nombre y apellido- han salido cientos de viñetas en las que satiriza la escuela actual. Ideó hace 26 años 'La ciudad de los niños' y defiende que las ciudades se deben diseñar pensando en los más pequeños. Más de doscientas lo han puesto en práctica. La de Oviedo es la primera Universidad que le distingue con el Honoris Causa,
¿qué tiene de especial para usted este reconocimiento?
Es especial porque es la primera vez que se concede este título a mi mano izquierda, a Frato, mi alter ego, el Tonucci dibujante. Me produce una gran alegría y esperanza. No ocurre como en mi escuela, que mi faceta como dibujante no le interesaba a nadie.
Se reconoce su labor como dibujante, pero también su trayectoria y sus planteamientos pedagógicos. Pero es que lo que yo planteo son cosas tan de sentido común que no merecen ningún reconocimiento académico. Eso me preocupa.
¿Qué es 'La ciudad de los niños'?
Es una ciudad para todos. Una propuesta alternativa a la ciudad de hoy, que solo es para unos pocos.
Explíquelo.
Tras la segunda Guerra Mundial, hubo que reconstruir muchas ciudades y se hizo pensando en un tipo concreto de ciudadano: un varón adulto, fuerte, trabajador... Eso dio lugar a un tipo concreto de urbanismo, a la aparición de la periferia e incluso a establecer unos horarios. Pero se olvida al resto de la población, que además es mayoría, entre ellos los niños. Y setenta años después sufrimos las consecuencias. Por supuesto, si yo salgo ahora mismo de mi casa en Roma (son las cinco de la tarde y las escuelas están cerradas) no me encontraré a ningún niño por las aceras que no vaya acompañado de un adulto. Hoy en día no pueden salir solos de casa, les está prohibido jugar en determinados sitios... Es un drama. Se están perdiendo vivir algunas experiencias fundamentales para su desarrollo. Porque es en la infancia, jugando, donde ponemos los cimientos de la vida.
Y los parques infantiles, ¿no los cree lugares aptos para el juego?
Nacen con una idea rara de que los niños no saben jugar, de que tenemos que decirles los adultos cómo se juega. Por eso les ponemos columpios, toboganes... Pensamos que jugar es hacer movimientos tontos y repetitivos un día tras otro, como si los niños fueran un hámster. Si los adultos recordamos nuestra infancia, no creo que pensemos en columpios y toboganes. Recordaríamos cosas raras, divertidas, algunas que no se podían contar, al menos no a los padres, pero que seguro nos ayudaron a crecer.
Pero entenderá el miedo de los padres a dejar solos a los niños...
Nuestras ciudades no son peligrosas y los niños son mucho más capaces de lo que pensamos, por lo tanto merecen más confianza. Dejar salir solo a un niño es un hecho de amor y de confianza. Hay que ayudar a las familias a vencer ese miedo y, por otro lado, hacer remodelaciones para hacer la ciudad más amigable. Es lo que ha hecho, por ejemplo, Pontevedra.
¿Es un buen ejemplo de ciudad para los ciudadanos?
Efectivamente. Allí los peatones son los dueños de la ciudad. Las aceras tienen al menos tres metros de ancho, porque se pensó que debían pasar dos personas con un paraguas abierto. Defiende usted que los niños mayores de seis años deben ir caminando solos al colegio. Es algo que lleva su tiempo. Pero después las familias están felices. Me dicen: 'Usted no imagina cómo es mi hijo. Se mueve tranquilo, seguro, es responsable'. Cuando está solo, lo que le interesa al niño es lo que ocurre en el recorrido mientras que a nosotros lo único que nos interesa es llegar.
¿No ha habido sustos?
Donde desarrollan esta autonomía de los niños no tenemos registrado ningún accidente. Al contrario, sí hay bastantes de niños que van al colegio en coche con sus padres. Esta medida también tiene un componente de salud. Sí, evitamos el tema de la obesidad infantil y el del déficit de atención. La mayoría de los que son diagnosticados como hiperactivos son niños normales, lo único es que se encuentran mal en la escuela. Estar sentado cinco horas produce una reacción, el niño empieza a moverse porque no puede más. Hay investigaciones que demuestran que si van a la escuela caminando tendrán un nivel de atención significativamente más alto. Si en lugar de darles píldoras decimos a los niños con déficit de atención que anden, se solucionaría este tema.
¿Qué le parece el modelo actual de escuela?
Es uno de los instrumentos básicos en un estado democrático para compensar la desigualdad, pero hace lo contrario.Propone tres o cuatro competencias: lengua, matemáticas, ciencias... Los que están dentro de ellas son los buenos. Los que nacen con otros talentos están fuera del sistema. No puede ser una propuesta cerrada y eso ocurre cada vez más.
¿Cómo se soluciona?
Enfocar todo el interés de una estructura en la que los niños pasan más tiempo que en su casa trabajando en lo que no les gusta no es lo correcto. Retroceso ¿Aprecia más retrocesos que avances en el sistema educativo? En los últimos años está retrocediendo. Por ejemplo, la escuela que vive mi nieta de nueve años se parece demasiado a la que yo viví hace setenta y es peor que la que vivieron mis hijos hace cuarenta o cincuenta años.
Deberes escolares, ¿sí o no?
Los deberes aburren a los niños y ahora aburren a las familias, comprometen los fines de semana, arruinan las vacaciones y a nivel pedagógico no sirven para nada porque los niños que necesitarían ayuda y recuperación no tienen en la familia quien les pueda ayudar. Recuperar lagunas debería hacerse en la escuela bajo el control y la competencia de los maestros. Delegar en las familias es absurdo.